
uno
-sus atajos
entre intrincadas ropas:
la base de tu cuello,
tus brazos y axilas,
en fin,
la esquina
donde convergen tus amadas costillas-
la conocen mis manos de memoria.
Estas manos
hechas para las frutas de la tierra
merodean tus senos
los acunan
los llevan a mi boca
los estrujan
en un gesto animal que rememora
al mono del origen feliz entre naranjas,
hasta este que soy
-y que conoces-
siguiendo de memoria la ruta de tus pechos,
lejos de las manzanas,
los duraznos maduros,
las guayabas silvestres,
las lúcumas de junio.
tres
Algo les faltaba a mis manos
cuatro
A qué hueles,
qué aromas se fueron imbricando con el tiempo
hasta llegar a ti,
a tu cuerpo desnudo que me orilla
como un río que carga emocionado
jazmines,
cinco
Tus labios,
mariposas hambrientas
en torno al estambre
enardecido.
seis
Tu saliva,
la lluvia
-la lluvia buena-
convocando a la vida
por todos los rincones…
siete
Tu lengua:
nerviosa,
insatisfecha,
buscando urgentemente una guarida,
metiéndose en mi boca
revolviéndose en ella
como una fiera,
abandonándola,
yendo y viniendo
luego
por mi cuello
como un ofidio o un alga trepadora,
recorriendo el resto de mi cuerpo
con los ardientes pies sobre la tierra,
para caer
después
desfalleciente
en algún lugar de mí
como un dulce molusco
a la intemperie.
ocho
Tu columna vertebral,
una palmera.
Tu cuerpo,
una palmera.
El huracán nace de ti
y me rompe como a un cristal,
como a una bandada de pájaros
piando.
nueve
La impostergable cita,
la temida y amada,
la soñada;
allí,
donde vive la cosquilla de Dios/ como una reina,
entre largas colinas,
en húmedos ramales,
en la gruta
donde se sobresalta
el tiempo
el mundo
el bien
el mal,
el intrépido salmón llega agitado,
olvida el largo viaje,
desoye a sus heridas,
se zambulle,
se solaza,
se estremece,
lanza su blanco canto
y luego muere
cumpliendo a plenitud con su destino.
diez
¿Y ese viento felino
que se enreda y desenreda en tu garganta
como en un algarrobo lleno de brujería?
Maúlla, maúlla, maúlla
llamando,
avizorando,
sufriendo
la tremenda estampida.
once
Tus caderas,
el fiel del universo,
el péndulo que sigue su rumbo alucinado.
doce
Tu pelo
flameando
como una bandera roja
victoriosa,
como un enjambre amable
sobre mí.
Trece
catorce
El retumbo de todos los tambores,
de todos los timbales,
quince
Tu espalda tiene el sabor salado de las playas desiertas.
Yo soy el náufrago
varado sobre ti después de la tormenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Casa Nuestra Editores acepta todo tipo de comentarios, con excepción de aquellos que trasgredan el respeto y el buen trato entre las personas.